Todos los días, estaba soleado y por fín, estaba nublado. No podía dejar de venir; la brisa marina, el sonido del mar golpeando las olas, me daban una paz inmensa.
Me acerqué a la orilla del mar pero no quise mojarme. No, con zapatillas no se podía.
En eso, fui a sentarme en las rocas, aquellas que estaban muy cerca del rompe olas. Cuando me senté, vino una ola y al romper en las rocas, el agua caía como lluvia. Hermoso. Pero no tanto, estaba sola. La soledad me invadió.
Suspiré.